Passejant amb Hans Christian Andersen per Barcelona. Etapa 3
“Muy de mañana me desperté con música; todo un regimiento de soldados se esparcía Rambla arriba al son de una marcha. Me faltó tiempo para bajar a la prolongada avenida, […] Aún no era tiempo de pasear, más bien era la hora del comercio; la capital bullía por la actividad: ciudadanos y campesinos, oficinistas a pie, labriegos montados en sus mulas, carros y ómnibus, voces y gritos, chasquido de látigos y tintineo de campanillas, todo ello se entremezclaba con gran estrépito y alboroto. Los grandes, magníficos cafés parecían jactarse de su esplendor; las mesas en el exterior estaban ya todas ocupadas. Vistosas barberías, con sus anchas puertas abiertas de par en par, alternaban en línea con los cafés; en el interior de aquellas jabonaban, afeitaban, rasuraban. Los puestos de madera, rebosantes de naranjas, calabazas y melones, se apretaban contra el borde de la acera, para dejar paso allí donde había una casa o la fachada de una iglesia, cubierta de estampas, folletos y coplas y versos, <<impresos este año>>. Había aquí tanto para ver que no sabía por dónde empezar o acabar con la Rambla, el boulevard de Barcelona.”
Hans Christian Andersen va quedar profundament impactat amb la bellesa i la vida de La Rambla, sobretot amb els seus cafès, que considerava els més elegants d’Europa.
“En ningún otro país he visto cafés tan suntuosos como en España; el propio París se queda atrás en cuanto a lujo y buen gusto. Uno de los más bellos, donde, a diario, me juntaba con los amigos en la Rambla, estaba iluminado por cientos de llamas de gas; el techo, pintado con un gusto exquisito, de llamas de gas; el techo, pintado con un gusto exquisito, era soportado por esbeltas columnas; en las paredes colgaban buenos cuadros y magníficos espejos, cada uno valorado en unos miles de duros. […] En la Rambla crecía la animación por momentos; la interminable avenida iba transformándose en un inmenso salón de fiesta, abarrotado de gente.”
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