Passejant per Barcelona amb Hans Christian Andersen. Etapa 2
“Nos detuvimos delante de la Fonda de Oriente, donde dos habitaciones con sendas camas y balcones a la calle, e incluso la mesa dispuesta para la cena, nos esperaban. Nuestros amigos se retiraron para cenásemos tranquilos y nos pusiésemos cómodos. Aquí se sentía uno como en su propia casa. La comida fue excelente.
El balcón estaba abierto; abajo, en la amplia y frondosa avenida, reinaban el bullicio y la animación. Allá arriba, se mostraba el cielo infinitamente claro, casi verde azulado. En lo alto, navegaba la luna cual globo resplandeciente por el espacio, que más allá era todavía más profundo, mucho más profundo. En las calles contiguas sonó un fuerte y ruidoso repiqueteo de castañuelas. Imposible retirarme a descansar, por más que quisiera dormirme en seguida para salir en cuanto amaneciese a ver la, para mí, exótica y nueva ciudad de Barcelona, capital de Cataluña.”
L’Hotel Oriente, antigament anomenat Gran Fonda de Oriente va obrir les seves portes el 21 d’abril de 1842 incorporant com a gran novetat, la il·luminació amb llums de gas., Però la seva història es remunta a l’any 1652 quan els franciscans van instal·lar en aquest indret un col·legi per estudiar-hi teologia. Amb la desamortització de Mendizábal, els frares abandonen l’edifici i aquest passa a ser la seu de l’empresa catalana La Maquinista Terrestre i Marítima fins que l’any 1841 l’adquireix l’hostaler italià Franco Durio que el convertiria en hotel. Actualment està protegit com a Bé d’Interès Cultural.
Hans Christian Andersen s’hi va allotjar durant la seva estada a la ciutat, com moltes altres celebritats dels segles XIX i XX, i un dels darrers dies de la seva estada a la ciutat va contemplar des del balcó de la seva habitació, la inundació de les Rambles per culpa del temporal que descarrega a Catalunya des de l’arribada de l’autor.
“El agua, a la que le faltaba salida, me cubría los chanclos de goma; regresé a casa hecho una sopa y, justo cuando iba a cambiarme, se anunció que en la Rambla había inundación y que ésta iba en aumento. Todo eran gritos y carreras; desde mi balcón vi cómo echaban montones de grava delante del hotel; por ambas calles, a los lados de la calzada central, situada en un nivel más alto, bajaba rodando una corriente de agua color café con leche. Las calles empedradas de la Rambla eran un creciente y arrollador río. Me apresuré a bajar. La lluvia había prácticamente cesado, pero la catástrofe iba en aumento; presencié un espectáculo espeluznante: ¡el terrible poder de las aguas!
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